Transferencia

Transferencia
*Auspiciada por la Universidad Nacional de Santiago del Estero, por Resolución Nº 728 CUDAP:EXPE-MGE:0004039/2011. A partir del 6 de Septiembre del 2011.

*Declarada de Interés Académico por el Honorable Consejo Directivo de la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, por contribuir al desarrollo de la producción cultural de la provincia. (Resolución CD FHCSyS Nº 143/2011), a partir del 23 de Agosto del 2011.

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Declarada
de Interés Educativo por el Instituto de Acción Cooperativa (Art. 1º; Resolución 406/2008 - Santiago del Estero, 18 de Julio de 2008), teniendo en cuenta la importancia que representa para el acervo cultural la difusión de conceptos y pensamientos del Psicoanálisis en la Cultura.

PARLETRE N° 9

Editada en su versión en papel en Abril del año 2012.



EDITORIAL




Dice un antiguo proverbio:

“Cuando nos encontramos en la dirección correcta, lo único que debemos hacer es seguir caminando”.
 
Aquí estamos. Dado que se nos han presentado las señales de la buena orientación, el camino vuelve a dibujarse. Me dirán, ¿Qué señal o cómo se sabe que la orientación es buena?
Para nosotros, la buena orientación es la que nos avisa que hay ecos de nuestras voces, la que nos prueba de que las palabras no fueron vanas, la que nos muestra de que los hechos no se perdieron en un abismo, la que nos avisa que algo ha cambiado en nuestro entorno! No importa el alcance de su impacto, hubo repercusiones y, aunque parezca simple, eso nos basta.
Si Parlêtre ha presentado libros, si su grupo editorial ha puesto en marcha un curso clínico, si formamos parte de la delegación de revistas culturales que la provincia edita…es, porque no hemos olvidado el deseo, como decía Lacan. El deseo continúa intacto más allá de estos  éxitos y más allá de aquellos vientos que no fueron favorables.  
En esta novena edición, Daniel Guzmán, historiador e investigador ha compartido sus hallazgos sobre lo que fue en Santiago un auténtico foco cultural: “La Brasa”. Un grupo literario que nació alrededor de 1927 expandiendo diversas manifestaciones culturales promovidas por sus apasionados integrantes. Elvira Escalante una entrañable amiga de Parlêtre, nos envía un riquísimo análisis personal de la película: “Un método peligroso”, del conocido director Cronenberg. Marcelo Ramírez, un asistente del mencionado curso clínico, arriesga una hipótesis sobre el “Travestismo y el animé”; Juan Leguizamón, con muchísima delicadeza y esmero elogia el primer libro editado de Andrés Navarro. Tenemos también a un lector de autores rusos, Ezequiel Álvarez, quien le ha confiado a Parlêtre sus pensamientos sobre algunos de ellos. Amira Juri, ha traído esta vez, un trabajo sobre la “Fuerza de la literatura”, en el que desfilan Macedonio Fernández, Alejandra Pizarnik, Foucault, Pessoa, Mallarmé y ella misma que es escritora. GiselaYuse escribe parte de su fino recorrido de investigación acerca de la Teoría del Trauma.
Hay bastante más, están los trabajos de Gabriela Céspedes, sobre un famoso cuento infantil francés de viejas épocas; Paola Frías, que nos entusiasma a leer “Infancia en estado de excepción”, Guillermo Zimmermann, que opina sobre la obra de F. Nietzsche. Y nuestra entrevista es esta vez,  a una Profesora de Matemáticas: Rosa Avaca.
 ¡Editamos nuestro noveno número! Un año 2012 con renovados lazos en la ciudad, han abierto nuevas puertas. Una etapa diferente se inicia, no tengan dudas.  El presente número así lo testimonia.                                                                              
 Adriana Cecilia Congiu



LITERATURA, FILOSOFÍA , DESEO

                Para Roland Barthes, toda “escritura, literatura o texto” muestra tres fuerzas liberadoras: mathesis, mímesis y semiosis. Así, la primera fuerza de la literatura al configurar una mathesis hace girar los saberes, sabe de algo, conoce de los hombres: “la gran argamasa del lenguaje”; pone en escena al lenguaje; permite distinguir el enunciado de la enunciación; el saber del sabor de la literatura.
                 La segunda fuerza de la literatura es su fuerza de representación; la literatura se afana por representar algo, esto es lo real. Lacan lo define como lo imposible. Aparece como sensato el deseo de lo imposible; esta función -dichosa y perversa- dice Barthes- es la función utópica de la literatura. La escritura de Mallarmé al cambiar la lengua intentó cambiar el mundo. Aparece una de las verdades del deseo “que haya tantos lenguajes como deseos”, emerge la posibilidad de disponer de dos instancias de lenguaje: la senda de las perversiones y los caminos según la Ley. Por eso, el escritor, según Barthes, se obceca -mantiene contra todo la fuerza de una deriva y de una espera- y también se desplaza, es decir, se coloca allí donde no se lo espera.
                 La tercera fuerza de la literatura es su fuerza semiótica que consiste en “actuar los signos para intentar en el seno de la lengua servil, una heteronimia de las cosas” y de los autores; un múltiple intento de desarticular identidades. En este punto, podemos incluir a Fernando Pessoa y a Macedonio Fernández, el primero nos dice: “el origen mental de los heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante hacia la despersonalización y la simulación (…) si fuese mujer (…) cada poema de Álvaro de Campos (el heterónimo más histéricamente histérico en mi) sería una alarma para la vecindad; pero soy hombre y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales, así todo acaba en silencio y poesía”
                   Macedonio Fernández, por su parte, afirma: “es muy sutil, muy paciente, el trabajo de quitar el yo, de desacomodar interiores, identidades. Sólo he logrado en toda mi obra escita ocho o diez momentos en que, creo, dos o tres renglones conmueven la estabilidad, unidad de alguien, a veces creo la mismidad del lector. Y sin embargo pienso que la Literatura no existe porque no se ha dedicado únicamente a este Efecto de des identificación, el único que justificaría su existencia y que solo esta velarte puede elaborar”
                   Con la fuerza de la semiótica, aparece la diferencia, que se desliza subrepticiamente hacia el lugar del conflicto que está codificado; pero puede haber un afuera del código, un ejemplo, el texto de Sade, inventa uno propio, donde no hay conflicto, solo triunfos. Según Foucault, Sade calcina el lenguaje “el objeto del sadismo no es el otro, ni su cuerpo, ni su soberanía: es todo lo que ha podido ser dicho”. Lacan demuestra que el deseo es el reverso de la ley ya que eso se sostiene en el fantasma Sadiano; así, en su crítica a Kant introduce “la opacidad del deseo allí dónde se instaura la transparencia de la ley formal”. En la literatura perversa no está en juego el deseo del Otro sino el goce del Otro.  La escisión entre significado y significante, y el poder de la materialidad del significante sobre el cuerpo deviene pura carne agredida/agresora. Los personajes se vuelven pura acción mecánica.
                   La ley y el deseo entran en diversas relaciones, refiriéndose a Sade, Lacan afirma: “hay que forzar la oreja, hay que decirlo, hay que oir”, forzar la oreja del lector porque hay que decirlo todo. Imperativo de goce, decir, escribir todo” pero hay un goce que no queda capturado por el significante”. Es interesante mencionar a Pierre Klossowski, autor de un libro Sade, mi prójimo, donde concluye: “al espíritu solo le quedan los excesos del lenguaje para reducir a silencio los excesos de la carne, no existe entonces nada más verbal que los excesos de la carne”.
                 Michel Foucault en “Las palabras y las cosas” propone a Don Quijote como la primera obra moderna porque en ella “el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas”, aparecen dos experiencias: el loco, entendido no como enfermo sino “como desviación constituida, como función cultural indispensable, es el hombre de las semejanzas salvajes”; este personaje que nacido del teatro y las novelas en época barroca, llega a la psiquiatría del siglo XIX como ser enajenado. El loco según Foucault marca una nueva experiencia del lenguaje: la función del “homosemantismo”, por la cual llena los signos de una semejanza que no cesa de proliferar, queda enredado en el significante. Al lado del loco, está el poeta, su función es “alegórica” porque bajo los signos trata de oir “el otro lenguaje”. Ambos, el loco y el poeta se parecen porque están en situación límite en la que “las palabras encuentran su poder de extrañeza”.
                El poeta argentino Jacobo Fijman, vivió 30 años en el Borda, y un día escribió: Vivo en un hospicio. Debo estar enfermo. Estoy aquí porque no tengo a dónde ir... es que soy un enfermo que podría vivir en su casa. Si la tuviera. No tengo nada... no tengo a nadie. Ni familiares. Estoy solo. Por eso estoy aquí... los médicos no pueden ser lo que no son... y es que no existe nadie que pueda entender la mente... “ Su poema “Demencia” de 1926 dice así : “el camino más alto y más desierto/Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas/Roncan los extravíos/tosen las muecas/y descargan sus golpes/afónicas lamentaciones/Semblantes inflamados/dilatación vidriosa de los ojos/en el camino más alto y más desierto./Se erizan los cabellos del espanto./La mucha luz alaba su inocencia./El patio del hospicio es como un banco/a lo largo del muro.”
               En latín “deseo” se dice desiderium, y significó primeramente “puesta de un astro”, “ver estrellas”, tardíamente pasó a ser esa tendencia profunda, invencible, y muchas veces espontánea, que empuja a un ser a "apropiarse" de la manera que sea de un elemento del mundo exterior, o de otro ser".
              Georges Bataille afirma “el lenguaje es nuestra única oportunidad –tramposa e ilusoria- de recuperarnos en medio de lo que nos despoja”. La literatura es para Bataille “non servium”, no puede  servir, al igual que el demonio se rebela y no sirve a Dios. A la luz de ello, quiero evocar cómo Heidegger buscó el fundamento abismático en el que se pierde toda pregunta por el por qué. El ser al que pertenece esta abismalidad  es el ser indisponible, un ser que acontece emergiendo desde su mismo abismo, funda verbalmente pero no se sustantiva; “desde si” y “para si” el ser carece de fundamento para volverse abismo. Aquí Heidegger muestra al “Da-sein” (ser ahí o ahí del ser) como de-pendiente, como el mortal.
           Heidegger se pregunta: ¿qué dice la palabra griega “phisis”? Dice aquello que se despliega a partir de si, “la acción de desplegarse abriéndose y en ese despliegue hace su aparición. Dice la región de la eclosión y la duración”. “Phisis”, “tecné” y “poiesis” habitan en estrecho vecindazgo, la “poiesis” es ese proceso por el cual adviene y llega a ser un ser; la “phisis” es un eclosionar que se despliega a partir de su propio fondo y la “tecné” es ese modo de hacer y de diseñar. Poesía y existencia son “poieticas” en sentido griego de “creaciones” porque son aletheia –desocultamiento- de su verdad. Existir implica crearse a uno mismo, inventarse en tanto proyecto de ser.
          La “ge-stell” es el negativo del acontecimiento del ser, es lo arrancado y disecado que se vincula con el olvido del ser, con ese hueco de su decir. Entonces la tarea que los mortales tenemos consistiría en un saltar esa “ge-stell”, esa negatividad. Se trata de superar ese penar calculador de la “ratio” (razón). Aparece entonces el poeta Holderlin y Heidegger lo cita: “cercano y difícil de captar es el dios/pero donde abunda el peligro/crece lo que salva”; esta esperanza paradójica que promete salvarnos en el peligro es un llamado a la escucha del ser.
         La literatura posibilita el salto transgresor, quiebra el círculo del principio de razón suficiente, rompe el espejo de la representación para un encuentro con la palabra de todas las palabras, la palabra “ser”. Recordemos que “verbo” en alemán se dice “zeit-wort” que se traduce como “tiempo-palabra”: implica temporalizar al Ser, lo verbal es tiempo. Devolver la verbalidad al ser, considerar al verbo existir como verbo transitivo. Ser no es un sustantivo, es verbo, es acontecer, es el pasar del Ser. Dice Levinas: “como si las cosas y todo lo que es “llevasen un tren de ser”, “desempeñasen el oficio de ser”.
           Para Heidegger, según Hugo Mujica, “las palabras dan el ser pero lo dan invadiendo cada cosa con la nada -del ser-“; gracias al lenguaje las cosas son constituidas en el ser y al mismo tiempo restituidas a lo insignificante; hay un escamoteo de todas las cosas, no es noche y tampoco día “es el lado del día –dice Heidegger- que el día desecha para hacerse luz”, no es la muerte como fin sino esa muerte que es la imposibilidad de morir.
            “El ser se dice de muchas maneras” escribió Aristóteles, sin embargo, Heidegger irritado pregunta: ¿qué es decir el ser?, si nuestra existencia es poética es porque el lenguaje también lo es pero como una presencia de sentido que siempre delata una ausencia. Entre el ser y la nada “un habla plural”decía Mallarmé. El lenguaje no es instrumento del cual disponer para actuar o manifestar, sino que el lenguaje dispone de nosotros. El lenguaje dice Brice Parain –ese filósofo que conversa con Naná en la película de Godard “Vivir su vida” (1962)- nos dice: “el lenguaje no es ni expresión ni traducción del espíritu sino su osamenta y una promesa de certidumbre”. Aparece un deseo, un deseo del lenguaje que transita malentendidos, revueltas, rupturas. El lenguaje no comunica, “impugna”.
            La literatura traza una lengua extranjera, una lengua dentro de otra. “Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto; como sostiene Marcel Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un devenir otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que se escapa del sistema dominante”. Escribe Alejandra Pizarnik:  “Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos”. ( “Fragmentos para dominar el silencio” de 1968)
          En la experiencia literaria hay un deseo de abismo, que sitúa al escritor en una región limítrofe, entre el sentido y un desfondarse del sentido. La literatura desea “tocar el antes de la palabra”. En el Zaratustra de Nietzsche leemos: “todo está vacío, todo es idéntico, todo fue. Todos los suelos quieren abrirse, más la profundidad no quiere tragarnos (…) En verdad, estamos demasiado cansados incluso para morir, ahora continuamos estando en vela y sobrevivimos en cámaras sepulcrales”



Amira Juri. 
Lic. y Magíster en Filosofía. 
Docente e investigadora de la Facultad de Filosofia y Letras de
 la Universidad Nacional de Tucumán.

EL SECRETO DE LA CELDA



 
            Mucho puede observarse y mucho se puede opinar sobre la rotunda obra de Federico Nietzsche. Dificilmente su liviandad o tibieza. Aquellos que se acercan a las páginas, no precisamente dóciles, que componen su obra, no suelen mantenerse neutrales: obligados se encuentran de tomar partido, de admirar o bien rechazar esas ideas, que como es sabido se continúa en idolatrar o bien aborrecer a su autor. Posiblemente allí esté el secreto de la trascendencia, verdaderamente notable, que tuvo y que tiene este filósofo. Sorprende no tanto la cantidad, más aún la variedad   humana que compone las masas de seguidores nietcheanos: Adolescentes rebeldes, cultos profesores, inquietos poetas; hordas de lectores que se suceden y reproducen atropelladamente, como las generaciones ratoniles de Kafka. Lo que cabe preguntarse es si aquél, el antiguo y ya fenecido dueño de la estimulante voz, consideró una tascendencia semejante de su obra. No si la deseó o si la imaginó, lo que es seguro; más bien si la intuyó posible, si hubiera apuntalado ese deseo en la creencia sincera y consecuente de las lejanías del tiempo y del espacio; como todos las creemos o sabemos: entendiéndolas nuestras y reales.
            “En la Cárcel” un interesante fragmento de “Aurora” fechado en 1881 viene a respondernos: una consideración así no le hubiera parecido sensata. Podríamos leer en esas pocas páginas un alegato solipsista, hasta notar que el argumento es inseparable de la existencia (externa) del espacio, pero el espacio está limitado aquí a ser sólo aquello que impresiona los sentidos en el  instante presente. Nietzsche se reconoce no tener mas pruebas del universo que sus percepciones actuales e inmediatas; el resto es sólo una creencia, un supuesto. No ostenta más existencia para él que sus virtuales memorias o falseables palabras.
            Desde una perspectiva un poco juguetona, puede observarse que el filósofo lleva la pretención positiva y empirista a una nueva potencia. Exagerada, bien puede decirse. No inconsecuente. ¿Que pruebas tenemos, en este instante, de que existe algo, sea lo que fuere, más allá de lo que estamos percibiendo? ¿ Y que pruebas de lo que existió o existirá? Por lo general necesitamos ser muy crédulos para con nuestros recuerdos, y mucho más para con los supuestos de nuestras razones. El filósofo martilla, nos prohíbe esta básica tranquilidad.

            “Mi ojo, por fuerte o débil que sea, ve solo en cierta amplitud, y en ella me muevo y vivo; esta línea del horizonte es mi destino próximo, grande o pequeño, del que no puedo escapar. ” comienza Nietzsche, sumergiéndonos desde la primera línea en su atmósfera carcelaria. De consentir a respirar su quietud, lo distante aparece como una dulce, una coherente creencia, pero la certera existencia del espacio, y nosotros con ella, se limitan al interior de esa burbuja que con Nietzsche llamaríamos “horizonte del destino próximo”, en donde “nuestros sentidos nos encierran como entre muros”.
            En fin, puesto que algo hay que decir, diremos que los textos de “Aurora” tratan sobre el conocimiento. Dejaremos apartado el  que Nietzsche desde su carcel desarrolle principalmente el tema de la relatividad absoluta de todo tamaño, la falsedad y pereza de sentenciar las cosas como grandes o pequeñas. Bellamente, imagina perspectivas en que los sistemas solares son vistos como diminutas células y viceversa. El tema es digno, mas no original: ya había sido tratado, con humor, por Voltaire; antes, con pavor, por Pascal; de ceder al impulso de la serie, ciertamente terminaríamos saludando a Protágoras.1
            Lo que nos interesa aquí es subrayar la drástica contracción que Nietzsche a conseguido, desde aquella gran, acaso infinita burbuja a la que convenimos nombrar universo a otra cuyos bordes no superan el alcance de nuestras propias percepciones. Y  el ser del autor, incluso,  no resulta inmune a esta implosión, reduciéndose a sí mismo a no ser mas que un centro, y mas bien arrastra a todo ser a identificarse con lo puntiforme. Textualmente: “ De este modo, en torno a cada ser hay un circulo concéntrico, que tiene un punto medio que le es propio”
¡Un punto! Aquí ya el quieto y oscuro aire de la cárcel se nos antoja irrespirable. En busca de frescura y pureza, tal ves hasta verdor, deberemos atravesar medio siglo y casi una Europa hasta escuchar la voz del maestro Alberto Caeiro.
            En principio, poco parecen tener en común este poeta portugués con el rabioso filósofo alemán.  Caeiro sólo existió en la mente de un autor, eso no le impidió nacer en Lisboa, ocupar una apartada y anónima vida en desarrollar su obra, finalmente morir de tuberculosis2. Escribió versos extraordinarios, contundentes, de fina inspiración bucólica. Lo poco en común: fueron notables estetas ambos, y encarnizados enemigos de cualquier idealismo.
            En los versos del maestro se dibujan los senderos, tal ves los únicos, que podemos recorrer para abandonar la realidad puntiforme en la que el depojo nietzscheano nos a abandonado. Y nuevamente es la relatividad de los tamaños la que nos encamina: el poeta intenta mostrarnos, mas bien demostrarnos, lo que resulta del reducido tamaño de su aldea: que desde ella se ve más, se puede ver más mundo. Y es por eso que mucho, mucho más grande que la ciudad... es la aldea.

“Porque yo soy del tamaño de lo que veo
y no del tamaño de mi altura”

            Ya Bernardo Soares, un poco mas cercano al autor que nosotros, intentó transcribir sus sensaciones, el derrumbe metafísico, casi extático, que produce esta frase.
¡Soy del tamaño de lo que veo! ¡No del de mi altura!
            Aprópiese el lector de este desgarro de sus propios contornos por la contemplación de lo inmenso. Caeiro es mil veces mas enorme mirando la lejana luna que contenido por paredes, techos, torres de ciudad.
            Su ser se desborda, sus límites se expanden y acarician los de su propia percepción que ya no se entiende como  el exibirse de lo que le es ajeno, ni aún como propio, le es mas bien consustancial. Asombrados, entrevemos su hipostática reunión con todo lo que percibe.
            Descubre por su vía los mismos límites que Nietszche, pero lo que a este le resulta frustrante, en los versos del maestro Caeiro resulta exaltante. Nietszche se imaginó ser un punto contemplando impotente  un muro infranqueable, Caeiro es los muros mismos, infinitos, su cuerpo ocupa las estrellas. En esa expansión, en el coincidir, o difuminar los límites de su ser y los límites de su mirada, no hay ya universo, supuesto o real, que pueda añorarse detrás, porque secretamente son ellos los que lo contienen.

P.D:  Aunque ya lo hallamos nombrado, (y en realidad habitó siempre este texto, omnipresente) es el momento de recordar explícitamente a Blaise Pascal, en ánimo de reordenar, mediante nueva antecedencia, lo expuesto.
            Es sabido que fué él quien nos legó, entre delicadezas teológicas y geométricas, la imagen horrible del universo infinito y silencioso, de la “esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.” Lo invisible de cualquier límite, lo inhasible de toda referencia, fueron para él una angustia dolorosa y final, de la que ni las piedades del Cristo ni los determinismos de Arrio pudieron consolarlo. Nietszche diluyó ese agorafóbico sueño declarando en la percepción los límites precisos de la esfera, inventando un infranqueable universo portátil. Pero su refugio resultó asfixiante y oscuro, es la añoranza de ventanas que sabe impensables. Caelo procede por yuxtaposición: en el instante mágico de su poesía consigue (horror del geómetra!), que el punto y la esfera coincidan, que los límites de lo infinitesimal no se distingan de lo infinito.
 
Guillermo Zimmermann. 
Psicoanalista. Mbro del Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Santiago del Estero.
           


1  Micromegas del primero, y varias páginas de los Pensamientos del segundo.  El guiño al sofista se debe, claro, a su celebrada frase: “El hombre es la medida de todas las cosas” en que tantas ideas, tantas filosofías se autorizaron.
2En rigor, de varios autores. En “Los tres últimos días de Fernando Pessoa” de Antonio Tabucchi el Maestro Caeiro es resucitado de un modo más que interesante. Y por supuesto, en la mente de miles de lectores.

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