El concepto de perversión refiere a la ética, puesto
que se trata de una desviación respecto a la norma tomada como ideal. Con la inclusión de las perversiones en la categoría de las enfermedades, dejó de ser pensada en relación a la ética, desapareció la referencia a un sujeto responsable. No es extraño que esto ocurriera así puesto que el concepto de enfermedad deviene del trastorno del organismo (en este caso el cerebro) y no de la relación del sujeto con su deseo y con sus actos. A partir de Freud la clínica vuelve a vincularse con la ética desde el momento en que éste descubre en los síntomas neuróticos no un trastorno orgánico sino un proceso inconsciente. Los síntomas son, en efecto, el resultado del rechazo de determinados deseos de los que no se quiere hacer responsable. Por tanto, resultado de una elección ética. Desde este punto de vista, las neurosis, psicosis y perversiones deben ser consideradas contando
con la hipótesis de un sujeto responsable. ¿Qué
quiere decir “responsable” en este caso? Que el sujeto
responde con su goce, incluso cuando no quiere saber
nada de eso.
La operación freudiana no admite la lectura fácil de
que el descubrimiento del inconsciente habría hecho al
hombre irresponsable de sus actos según la fórmula “no
soy yo sino aquello que se me escapa, el inconsciente, el
responsable de mis actos”. De modo que la operación
freudiana significa un doble movimiento: por un lado
dignifica al sujeto perverso que hasta entonces era considerado
un degenerado, pero precisamente por excluirlo
del mundo de los seres racionales lo hace responsable
de sus síntomas, recuerda el deber de saber la razón de
aquello que lo determina.
Tal vez no sea ocioso recordar el estatuto que la perversión
tenía hasta entonces en el saber médico. Hasta
1870 su estudio se había referido exclusivamente al ámbito
médico-legal, revisando las acciones criminales de
los perversos no por sus cometidos sexuales sino por su
relación con grandes cuadros como las monomanías
homicidas (Esquirol), locuras hereditarias (Morel), o los
síndromes impulsivos y obsesivos (Magnan). La perversión
era, exclusivamente, una patología degenerativa
en el sentido de la corrupción del noble tejido cerebral.
Surge entonces, curiosamente, la posición asumida
y defendida por el jurista alemán C.H Ulrichs, homosexual,
quien se propuso abolir las leyes por entonces vigentes
que reprimían la homosexualidad. Su postura inicia un
amplio debate en el que la comunidad médica se manifiesta
a través de las posturas de Westphal, para quien la
homosexualidad era una “neurosis”, es decir, según los
criterios de la época, una patología degenerativa, y de
Krafft-Ebing que también la considera una patología
hereditaria degenerativa. En 1887 Alfred Binet reconoce
a la herencia en la base, pero requiere de la asociación
mental entre la sexualidad de un individuo y un acontecimiento
insignificante que fije las manifestaciones en el
campo de la perversión. Al mismo tiempo, Binet reconoce
que en la sexualidad normal encontramos elementos
perversos que forman parte de las condiciones de goce
particulares de cada sujeto, que solo resultan aberrantes
cuando sustituyen por completo el acto sexual normal.
Al presentarse las primeras teorías evolucionistas
que tratan de explicar la patología psíquica aparecen
ideas innovadoras al respecto y se va sustituyendo
poco a poco la teoría degenerativa. El postulado
básico de los evolucionistas reconoce que las perversiones
derivan de una “detención en el desarrollo” de
la sexualidad. Así, C. Féré expone su tesis de que la
perversión se explica por un proceso de disolución de
la pulsión sexual que sigue regresivamente los estadios
recorridos en el proceso de estructuración
evolutiva. Por ejemplo, siguiendo esta teoría, un
individuo podría llegar a perder sus pulsiones mas
evolucionadas que regulan y organizan la forma
normal de buscar y atraer al objeto sexual; como
consecuencia de ello aparecerían otras formas mas
arcaicas que habían sido abandonadas o reprimidas
por los procesos evolutivos superiores dando lugar a
conductas perversas tales como atentados contra el
pudor, prostitución, fetichismo, onanismo, etc.
Lydston, en 1889 propone que si el
desarrollo individual (ontogénesis)
reproduce el desarrollo de la especie
(filogénesis), las aberraciones sexuales
deben ser consecuencia de un trastorno
o detención de este desarrollo que
provocaría la aparición de conductas
arcaicas propias de los primeros años de
vida del individuo y también de las
primeras etapas evolutivas de la especie.
En 1897 Havellok Ellis retoma la importancia
de los factores ambientales (tesis
de Binet), y agrega la teoría de la
seducción infantil por un adulto.
En esta misma línea, Moll
investigó las manifestaciones
sexuales en los primeros años de
vida del niño partiendo de la
perspectiva ontogenética. Su
conclusión fue que esas manifestaciones
no eran signos de
degeneración, sino una actividad
anticipatoria de la pulsión sexual.
Para explicar la perversión
supuso entonces la existencia de
una debilidad constitucional del componente heterosexual
normal, lo cual permitía que el componente aberrante
(herencia filogenética que debía permanecer reprimida
por la fuerza de la pulsión heterosexual normal) se
convierta en el factor determinante de la sexualidad.
En 1905 Sigmund Freud ya había delimitado las bases
del psicoanálisis y de su primer modelo de aparato
psíquico basado en la represión que el neurótico imponía
a sus ideas por obra de la censura. Pero quedaban
aún muchas dudas: como se establecía la censura, como
nacía la sexualidad, que factores la iban moldeando, etc.
Necesita remontarse a la infancia, y por ello escribe “tres
ensayos para una teoría sexual”. Lo sorprendente de
este trabajo es que, para referirse a la novedosa “sexualidad
ampliada” del niño Freud recurre a la perversión, a
la que clasifica y define en sus Tres ensayos… de manera
magistral, respondiendo también así al debate de la
época sobre el estatuto de las perversiones.
Freud ya había establecido a la represión
(Verdrängung) como el mecanismo psíquico que fundaba
el inconsciente y daba lugar a la neurosis. Si bien al
principio refirió la represión a elementos ajenos al sujeto,
pronto advirtió que lo que se reprime es alguna fuerza
pulsional interna, inherente al sujeto. Posteriormente
delineará la forclusión (Verwerfung) como carencia de
un elemento simbólico (Nombre del Padre) que dará lugar
a la psicosis, según fuera definida luego por Lacan.
En relación a las perversiones, Freud utiliza el término
Verleugnung, que López Ballesteros traduce como
renegación y que destaca el matiz de renegar de algo,
como quien reniega de la religión, de una creencia que
tiene algo de sagrado. Y esta operación tiene mucho que
ver con la creencia, en la medida en que se trata de renegar
de la castración, que al fin y al cabo es una cierta
forma de creencia. Pero en la Verleugnung se trata de
algo muy sutil. Se trata de no creer en la castración como
ley simbólica para sostener una creencia en algo que no
deja de ser una ilusión.
Al inicio de sus trabajos Freud tuvo dificultades para
encontrar las diferencias que separaban psicosis de perversiones,
y debió esforzarse en cuanto a la negación de
la realidad en ambas estructuras. Para estudiar las perversiones,
Freud se apoya por un lado en la reacción del
niño al descubrir la diferencia de los sexos, y en el fetichismo.
Vemos así que surgen dos líneas básicas: por un
lado el descubrimiento de una realidad que suscita en el
sujeto una forma de rechazo, y por otra parte una maniobra
consistente en introducir un objeto cuya finalidad es
anular la eficacia de la percepción previamente rechazada
y sostener la ilusión de que todo sigue como antes.
Cuando el niño descubre la falta de pene de su madre
aparecen en él distintos sentimientos: miedo, pena, angustia.
Pero si estaba muy identificado con el falo de la
madre, es decir si considera que el deseo de ella queda
muy colmado por su existencia como objeto, el rechazo
de la castración puede adquirir otro sentido: “si yo la
colmo a ella no puede faltarle nada; de modo que si le
falta algo, yo no la colmo, y para ello debería renunciar a
mi goce narcisista”. Si el niño aceptara que a la madre le
falta algo debería entonces asumir que el mismo no es
tan importante.
Pero la cuestión tiene su reverso, porque cierto grado
de reconocimiento de la falta del Otro materno es
necesario para que el niño pueda ocupar el lugar de objeto
libidinal de la madre. En consecuencia, lo que le
conviene al niño es un reconocimiento pero a medias: un
reconocimiento pero a medias: un reconocimiento del
hecho, pero una interpretación interesada de su significación.
Esta posición narcisista que el niño se resiste a
perder es lo que Lacan llama “identificación con el falo
imaginario de la madre”. En la evolución normal de quien
llega a ser neurótico, el niño encuentra un camino difícil:
si continúa en esta identificación de afrontar la enorme
angustia de ser objeto del deseo del Otro materno, con el
horror que ello implica. Pero además aparece la figura del
padre que le niega este camino, al tiempo que le muestra
otra salida: la asunción de la propia sexualidad a futuro.
El perverso, en cambio, reniega de la castración, es
decir, reniega de la ley de la castración representada por
el padre, pero reniega en aras de la continuidad de obtención
de una satisfacción a la que el sujeto no está
dispuesto a renunciar. Es de destacar que, a diferencia
del neurótico, esta posición no le angustia, o la satisfacción
que obtiene le lleva a sobreponerse a la angustia
con la suficiente eficacia en un momento decisivo de su
trayectoria vital. Para ello el sujeto perverso recurre a
ciertas maniobras que consisten en una puesta entre
paréntesis de la castración, negando la consecuencia
simbólica de la diferencia entre los sexos, pero también
cuestionando la ley que regula el deseo y prohíbe traspasar
ciertos límites.
En 1927 Freud publica un artículo denominado Fetichismo
en el que dedica su atención a esta particular
perversión que resulta paradigmática a la hora de definir
a otras modalidades de perversiones. En este artículo
Freud muestra que el objeto fetiche es un objeto que
estaba presente en el momento del descubrimiento de la
falta de pene de la madre, un objeto sobre el cual se
desvía la atención de un sujeto que no quiere reconocer
lo que está viendo. Así el objeto fetiche tiene un doble
valor: por un lado es el “monumento conmemorativo de
una derrota, símbolo de la castración de la madre”; pero
también, por el desvío de la atención hacia él, sirve para
ignorar lo que ha quedado al descubierto. La producción
del fetiche resulta una opción metonímica en contra
de la metáfora paterna y sus consecuencias castradoras.
Dado que las vías del deseo, como lo indicó Freud y
lo demostró Lacan, siempre tienen algo en común con la
perversión, podemos hablar del fetichismo como de la
perversión paradigmática. Pero también podemos explorar
la relativa universalidad del fetichismo, no ya como
un cuadro clínico bien configurado y basado en una
posición subjetiva estable, sino como un rasgo delimitado,
parcial, que actúa en el terreno de la elección de un
objeto amoroso para un sujeto que, considerado en su
posición sujetiva fundamental, es un neurótico. En efecto,
resulta evidente que todos requieren determinadas
condiciones a quien será propuesto como objeto sexual.
Tales características resultan muy definidas en el caso
de los hombres, que dedican una especial atención a
algunos atributos de la mujer, no solo caracteres sexuales
secundarios como los senos, sino también elementos
que pudieran considerarse ajenos a la sexualidad
(delgadez, gordura, forma de las piernas, etc.). Cada uno
de los caracteres tiene, aunque limitadamente, una estructura
similar al objeto fetiche, todos tienen como función
actuar como contrapeso al horror de la castración
descubierta algún día en la mujer (en realidad, la madre).
Dicho de otra manera, los “atributos femeninos” son “lo
que la mujer tiene” que desvía la atención de “lo que no
tiene”. Naturalmente, cada sujeto presenta una fijeza
determinada a estas características que dependen de su
posición subjetiva y de su historia personal.
En la vida sexual de los hombres en su relación con
las mujeres, este estilo fetichista no deja de tener sus
consecuencias. Así, entre los avatares de lo que se suele
llamar “crisis de los cuarenta” en los hombres hay un
aspecto que podemos describir como súbito incremento
del interés por mujeres mas jóvenes. Sin entrar en detalles
sobre todos los aspectos de esta “crisis” de la pareja,
cabe destacar que debido a los cambios que el cuerpo
experimenta con la edad, deja de cumplir con las condiciones
fetichistas que despertaban el deseo y hacían
posible la relación sexual, es decir, la pareja empieza a
evocar la experiencia de la castración materna con la consecuente
caída del deseo.
Con todo esto no se quiere imponer que todos los
hombres sean perversos fetichistas, así como tampoco
que todos los niños asuman el papel de objeto fetiche,
sino que lo que se muestra es la comunidad que existe
entre la perversión y la sexualidad en todas sus manifestaciones,
incluso en aquellas que entran decididamente
en el campo del amor. La diferencia entre el neurótico y el
perverso se ha de seguir manteniendo, pero ambas estructuras
no están tan lejos una de la otra. Sin embargo,
la clínica diferencial entre una y otra no es tan sencilla.
Hay que tener en cuenta que en algunos sujetos
neuróticos los elementos ya de por si afines a la perversión
propios de su sexualidad adquieren una relevancia
especial, y eso permite hablar de casos de neurosis con
rasgos de perversión muy acentuados. Un mundo como
el actual, que cada ves más considera el goce como un
derecho y que cuenta con cada ves menos legitimidad
para ponerle límites en nombre de una ley cualquiera,
tiende a potenciar el protagonismo de los rasgos de perversión,
ya de por sí presentes en la neurosis.
Finalmente hay que constatar que toda una gama de
síntomas que hoy se suelen englobar dentro de la categoría
de las adicciones presentan una afinidad marcada
con la operación de la Verleugnung considerada en un
sentido más general como no querer saber nada del inconsciente
y de tratar de combatir sus efectos de división
subjetiva como un remedio, fácil pero muy peligroso,
de un goce que cumple una amplia gama de posibilidades.
Con todo esto queda claro que si bien la política de la
represión es la que domina todo el campo de la neurosis,
la renegación o Verleugnung no le es tan ajena. Se trata
siempre al fin y al cabo, de no querer saber nada del
inconsciente, una (represión), que opera en dirección
contraria a la pulsión, y otra (renegación) que trata de
aprovecharla, reciclarla, pero precisamente en contra de
los efectos de división y castración que la relación del
sujeto con el inconsciente produce necesariamente.
En el final una necesaria aclaración. Si bien en su
momento la distinción entre psicosis y perversión le pudo
resultar dificultosa a Freud, logró articularla eficazmente.
Mucho mas se aclara aún con la intervención de Lacan
quien define netamente forclusión, en la que el sujeto
psicótico no rachaza la castración, la ignora completamente
por que los elementos constitutivos no están a su
disposición. Así, mientras la Verleugnung es un rechazo
de la castración porque el sujeto no está dispuesto a
renunciar a alguna modalidad de satisfacción, la
Verwerfung, en su traducción lacaniana como forclusión
es una carencia simbólica que impide que el problema de
la castración llegue siquiera a plantearse en los términos
que le corresponden. El perverso, si rechaza la castración
no es porque no sepa nada de ella, sino por el contrario
porque la conoce perfectamente, sabe bien cuál es
el precio a pagar con la moneda de su satisfacción pero
decidió no pagarlo.
Magdalena Díaz Daviou
Médica psiquiatra de Clínica Arcadia
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