72 años después de la muerte del padre del psicoanálisis, hay un caracol de Borgoña en la puerta de su consultorio. O tal vez se trate de un sueño o una interpretación delirante de este cronista. Pero como la lógica de la que tratamos es un tanto diferente, la cronología puede alterarse y la escritura se puede poner un poco irracional; como si de un método de trabajo se tratase. Entonces se suceden las escenas.
El médico los observa: un escritor, un poeta y un pintor. Uno de los tres es un joven español. Sus ojos cándidos y fanáticos y su maestría técnica hacen reconsiderar la opinión del anciano doctor. ¿Opinión sobre qué? El anciano doctor tiene 82 años.
Cuando el joven le dio la revista, no le prestó la menor atención. Salvador Dalí había hecho tres viajes a Viena, que fueron “como tres gotas de agua, faltas de reflejos que las hicieran brillar”, para al fin no visitar al emérito Sigmund Freud, porque su estado de salud, le decían, lo tenía fuera de la ciudad. Ya durante una comida en Francia, Dalí había descubierto el secreto de la cabeza de Freud. Estaban hablando sobre Edgar Allan Poe. Tal vez sobre el barril de amontillado, o sobre el retrato ovalado, o sobre la carta robada. En realidad hablaban de Marie Bonaparte, de un libro de ella sobre Poe; un estudio psicoanalítico. El caso es que comían caracoles cuando el español vio la foto del psicoanalista en un diario y dijo: “¡el cráneo de Freud es un caracol!”
Pero la cosa fue así: le explicó que no se trataba de una diversión surrealista. El surrealismo había tomado, con Bretón a la cabeza, la obra de este buen señor para crear un movimiento de liberación del tipo de pensamiento tradicional, de la religión y de la moral, pero su indiferencia se mantenía imperturbable. Antes de entrar a la casa, Dalí estuvo en el patio de Freud. Vio una bicicleta apoyada en la pared; vio una bolsa roja de goma, de esas para poner agua caliente, casi llena, atada a una silla con un cordel (tal vez un carretel, o-o-o-o); vio, sobre la bolsa roja, un caracol que se paseaba. Tal vez vio las muchedumbres de América, los convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, un cáncer de pecho, cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, tal vez vio el engranaje del amor y la modificación de la muerte. Era un surtido extraño e inexplicable. Entraron Edward James, Stefan Zweig y Dalí. Quiso ser ante él, como un dandy del intelectualismo universal y el efecto que consiguió fue todo lo contrario. Lo supo mucho después. La voz del joven se hizo más aguda e insistente.
Lacan lo llamó una mañana para felicitarlo por su artículo Mecanismo interno de la actividad paranoica. Arreglaron para encontrarse esa misma tarde. Lacan era amigo también de Bretón, Buñuel y Picasso. Se encontraron entonces en el estudio de Dalí. La mirada de Lacan: escudriñadora, casi una sonrisa. Hablaron durante dos horas, sus opiniones acordaban más que divergían. Cuando se fue, el catalán quedó repasando mentalmente esa conversación y sobre todo preguntándose sobre el porqué de esa mirada. El espejo resolvió el enigma; tenía un cuadradito de papel blanco en la nariz, lo había tenido todo el tiempo.
Su artículo tenía ambiciones científicas. Repetía el título y lo señalaba con el dedo. “Entonces, sin dejar de mirarme con fijeza en que parecía convergir su ser entero, Freud exclamó dirigiéndose a Stefan Zweig: `Nunca vi ejemplo más completo de español ¡Qué fanático!’ ”
Andrés NavarroPsicólogo. Escritor.
Participante de la Jeta Literaria.
Miembro del Grupo de Estudios
Psicoanalíticos de Sgo. del Estero
Bibliografía
Motta, Carlos Gustavo. De la persistencia de la mirada al método paranoico-crítico; Dalí-Freud, Lacan.
El médico los observa: un escritor, un poeta y un pintor. Uno de los tres es un joven español. Sus ojos cándidos y fanáticos y su maestría técnica hacen reconsiderar la opinión del anciano doctor. ¿Opinión sobre qué? El anciano doctor tiene 82 años.
Cuando el joven le dio la revista, no le prestó la menor atención. Salvador Dalí había hecho tres viajes a Viena, que fueron “como tres gotas de agua, faltas de reflejos que las hicieran brillar”, para al fin no visitar al emérito Sigmund Freud, porque su estado de salud, le decían, lo tenía fuera de la ciudad. Ya durante una comida en Francia, Dalí había descubierto el secreto de la cabeza de Freud. Estaban hablando sobre Edgar Allan Poe. Tal vez sobre el barril de amontillado, o sobre el retrato ovalado, o sobre la carta robada. En realidad hablaban de Marie Bonaparte, de un libro de ella sobre Poe; un estudio psicoanalítico. El caso es que comían caracoles cuando el español vio la foto del psicoanalista en un diario y dijo: “¡el cráneo de Freud es un caracol!”
Pero la cosa fue así: le explicó que no se trataba de una diversión surrealista. El surrealismo había tomado, con Bretón a la cabeza, la obra de este buen señor para crear un movimiento de liberación del tipo de pensamiento tradicional, de la religión y de la moral, pero su indiferencia se mantenía imperturbable. Antes de entrar a la casa, Dalí estuvo en el patio de Freud. Vio una bicicleta apoyada en la pared; vio una bolsa roja de goma, de esas para poner agua caliente, casi llena, atada a una silla con un cordel (tal vez un carretel, o-o-o-o); vio, sobre la bolsa roja, un caracol que se paseaba. Tal vez vio las muchedumbres de América, los convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, un cáncer de pecho, cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, tal vez vio el engranaje del amor y la modificación de la muerte. Era un surtido extraño e inexplicable. Entraron Edward James, Stefan Zweig y Dalí. Quiso ser ante él, como un dandy del intelectualismo universal y el efecto que consiguió fue todo lo contrario. Lo supo mucho después. La voz del joven se hizo más aguda e insistente.
Lacan lo llamó una mañana para felicitarlo por su artículo Mecanismo interno de la actividad paranoica. Arreglaron para encontrarse esa misma tarde. Lacan era amigo también de Bretón, Buñuel y Picasso. Se encontraron entonces en el estudio de Dalí. La mirada de Lacan: escudriñadora, casi una sonrisa. Hablaron durante dos horas, sus opiniones acordaban más que divergían. Cuando se fue, el catalán quedó repasando mentalmente esa conversación y sobre todo preguntándose sobre el porqué de esa mirada. El espejo resolvió el enigma; tenía un cuadradito de papel blanco en la nariz, lo había tenido todo el tiempo.
Su artículo tenía ambiciones científicas. Repetía el título y lo señalaba con el dedo. “Entonces, sin dejar de mirarme con fijeza en que parecía convergir su ser entero, Freud exclamó dirigiéndose a Stefan Zweig: `Nunca vi ejemplo más completo de español ¡Qué fanático!’ ”
Andrés NavarroPsicólogo. Escritor.
Participante de la Jeta Literaria.
Miembro del Grupo de Estudios
Psicoanalíticos de Sgo. del Estero
Bibliografía
Motta, Carlos Gustavo. De la persistencia de la mirada al método paranoico-crítico; Dalí-Freud, Lacan.
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