Libro:
Infancias en estado de excepción.
Autor:
Mercedes M. Minnicelli
Minnicelli interpela la tan mentada frase “derechos
del niño” desde los cánones psicoanalíticos.
No menos que paradójico puede resultar el hecho de que
siendo nominado el siglo XX como el siglo
del niño haya sido sin embargo, escenario de proliferación y abierta
muestra de los más variables actos de
violencia y maltrato sobre los sujetos infantiles. Pese a que en nuestro país,
se ha dado lugar al desplazamiento del Complejo Tutelar por el Sistema de
Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes (Ley Nacional 26.061) que
pone el énfasis en preservar el “interés superior” de los mismos, la autora advierte
sobre la necesidad de desmantelar el supuesto (tranquilizador) que considera
que la mera enunciación del sintagma “niño/a, adolescente sujeto pleno de
derecho” basta como garantía para protegerlos.
De la mano de Giorgio Agamben, observa que el predominio
del estado de excepción – esto es, la
suspensión de la ley en el marco del derecho- como paradigma de gobierno, se instala como regla y, de hecho, cobra
fuerza-de-ley-sin-ley[1]. Aquí se anuda una de las afirmaciones más
sólidas del libro, aquella que reza del modo siguiente: “la posición de infancia en estado de excepción promueve, por efecto
refractario, nuevas generaciones en `banda’”[2].
Ilustra mediante una serie de viñetas clínicas, el alto costo que deben pagar
algunos sujetos “desbandados”, que en un afán de permanecer en un lazo
cualquiera que no los deje “en banda”, se colocan como objetos de devoración
expuestos a un goce sin límites, que los
precipita a un destino mortuorio.
Minnicelli va tejiendo su elaboración teórico-clínica,
a la vez que va desarticulando algunas alianzas conceptuales-ideológicas
referidas a la infancia. Denuncia ciertas ficciones que atentan contra aquello
que el discurso analítico insiste como lo propiamente humano: la institución del sujeto en el lenguaje y
por el lenguaje[3].
Lejos de ubicarse en la ristra de producciones psicoanalíticas que versan sobre
el declinar del padre o de la función paterna como causa de los diversos síntomas actuales,
la autora enuncia la soldadura entre la ley y la anomia.
Despeja las capturas imaginarias de algunos conceptos nodales
para devolverles nuevos efectos de significancia. Sin ambages, sostiene que la infancia es un
significante y por fuerza de definición, en permanente falta de significación.
Fuera del terreno de la naturalidad, es instituida por el apresamiento de lo
simbólico. Mistificación-desmitificación del Otro constituyen los dos tiempos
lógicos que permiten el anudamiento a la legalidad de la cultura. Tras esta
línea directiva, la propuesta de Minnicelli se dibuja en reparar marcos
simbólicos-imaginarios que sirvan de auxilio al sujeto ante el encuentro con lo
real, a la vez que le permitan ser producto y productor de una historia humana en
la que se ubica dentro de una filiación genealógica. Así restaura la lógica del
juego –en la dimensión subjetiva- y de las ceremonias y ritos –en la dimensión
colectiva- como operaciones lingüísticas que facilitan la escritura de la Ley en la configuración subjetiva. Y es que el
avasallamiento de las ilusiones modernas –vía una serie de discursos de saber- por
un lado, ha reducido el “jugar” a sinónimo de entretenimiento mientras que, por
otra parte, ha desestimado el valor estructurante de los mitos, fantasías,
leyendas y demás producciones simbólico-imaginarias (reflejada en el descrédito académico al estudio de las
regulaciones de las relaciones de parentesco[4])
en pos de enaltecer a la razón cientificista…alentando la ilusión de que es posible capturar lo real por la regla.[5]
El libro va poniendo en tensión, las proximidades y
alejamientos entre diferentes conceptos articuladores, donde queda al
descubierto el desfasaje entre la noción sujeto de lenguaje y sujeto de
derecho; desfasaje que obliga al Tercero Social como representante de la ley a
tomar decisiones que se ubiquen en la
hiancia entre lo general de los
dispositivos jurídicos-administrativos y lo particular
de las singulares infancias.
Paola Frías
Lic en Psicología. Miembro del Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Santiago del Estero.
[1]Minnicelli, Mercedes.
Infancias en estado de excepción. Derechos del niño y psicoanálisis. Edita
Noveduc. 1ª ed, Bs. As. Octubre 2010. Pág.261.
[2] Ídem. Pág. 171
[3] Ídem. Pág. 91
[5] Ídem. Pág. 66
Autor: Andrés
Navarro
Edita: Perras Negras
¿Quiénes son estos enanos? ¿Por qué
están escondidos? Parecen ser primos hermanos del Petiso de la leyenda, un ser
que puede ser benefactor y castigador, vaya a saber porqué una cosa o la otra. Por
un lado, una deidad menor de la nuestras comarcas vinculado al doble juego de la
abundancia y la carestía, y por otro una especie de duende de mal genio que
golpea sin ton ni son a los caminantes desprevenidos. En fin, también hay duendes
irlandeses, enanos de jardín, el tan mentado “enano fascista” y, bien, una vez más
aquel interrogante sobre Blancanieves ¿por qué enanos, y por qué siete? Tal vez
de una melánge de fuentes salgan
estos enanos, transfigurados, furtivos e impredecibles, enigmas que parecen
estar escondidos por todos lados. Vengan de un cuento tradicional o de alguna leyenda,
en el libro de Navarro los enanos se desparraman fuera de argumento por la
realidad, salpicados, dando la nota en
trazos rápidos, en pedazos de relatos. No hay un gran relato que los contenga, ni
novela ni cuento, sino el mínimo indispensable para hacerlos aparecer y salir
de escena casi corriendo, pequeños episodios que parecen convenir a estos
enanos. Por otro lado, los enanos no siempre son protagonistas, también hay
gente con nombre (los enanos son anónimos, son sólo “enanos” y eso les basta) o
personajes con otros atributos: mujeres, niñas, changos. Sin embargo, aquí todos
podrían ser enanos disfrazados de gente -como el mozo de un bar- porque a veces
los enanos parecen gente, ya no sería una condición física sino “espiritual”, tal
vez social. Entonces se puede pensar que todos los relatos del libro son acerca
de enanos en diferentes situaciones, ya sea como enanos o como gente pues
“nunca se sabe”. Incluso aquellos amantes incestuosos de la leyenda del kakuy aquí jibarizada o enanizada en tres líneas que la dan
vuelta de un parchazo; he aquí un gesto que parece campear el libro: dar vuelta
alguna situación con una salida inesperada, interrumpirla o dejarla poéticamente
en ascuas. Las ilustraciones del autor que atraviesan el libro son una línea
paralela, variaciones sobre detalles de obras del arte occidental que, si
estuviesen en cada página, el libro se habría parecido a una baraja de naipes, cada
uno con su relato o poema. Hay algo en los textos que tira para el lado de la (pequeña)
aguafuerte literaria, además por cierta mirada turra de la vida, del atorrante o “rabioso” de Arlt. Cada página
parece ser la punta de un relato ausente, un fragmento legible de algo no
escrito y que está “en otra parte”, unas anotaciones de aquello que pasa en el
barrio, el bar, la ciudad, del enrevesado amor, los bordes de una filosofía sin
libro. En bambalinas podría haber policial negro o tragicomedia si se juntan
algunas páginas con otras y se escriben los espacios vacíos; esto daría dos o
tres novelines, pero este trabajo le queda al lector. La cualidad oculta de lo
enanos evoca eso de que las cosas del mundo son trabajadas secretamente por una
masa de pequeños operarios que lo hacen funcionar, si así fuese en esta versión
de Navarro los enanos están “sacados” y parece que hacen lo que se les canta.
Así, en abierto desconcierto el enigma suelto de una supuesta “conspiración” de
los pequeños seres no sería más que la contraseña fabularia para llenar
oscuramente de sentido una realidad precarizada de relatos.
Juan Anselmo Leguizamón
Lic. en Comunicación Social. Actual Director de Cultura de la Provincia.
[1]Minnicelli, Mercedes.
Infancias en estado de excepción. Derechos del niño y psicoanálisis. Edita
Noveduc. 1ª ed, Bs. As. Octubre 2010. Pág.261.
[2] Ídem. Pág. 171
[3] Ídem. Pág. 91
[5] Ídem. Pág. 66
Autor: Andrés
Navarro
Edita: Perras Negras
¿Quiénes son estos enanos? ¿Por qué
están escondidos? Parecen ser primos hermanos del Petiso de la leyenda, un ser
que puede ser benefactor y castigador, vaya a saber porqué una cosa o la otra. Por
un lado, una deidad menor de la nuestras comarcas vinculado al doble juego de la
abundancia y la carestía, y por otro una especie de duende de mal genio que
golpea sin ton ni son a los caminantes desprevenidos. En fin, también hay duendes
irlandeses, enanos de jardín, el tan mentado “enano fascista” y, bien, una vez más
aquel interrogante sobre Blancanieves ¿por qué enanos, y por qué siete? Tal vez
de una melánge de fuentes salgan
estos enanos, transfigurados, furtivos e impredecibles, enigmas que parecen
estar escondidos por todos lados. Vengan de un cuento tradicional o de alguna leyenda,
en el libro de Navarro los enanos se desparraman fuera de argumento por la
realidad, salpicados, dando la nota en
trazos rápidos, en pedazos de relatos. No hay un gran relato que los contenga, ni
novela ni cuento, sino el mínimo indispensable para hacerlos aparecer y salir
de escena casi corriendo, pequeños episodios que parecen convenir a estos
enanos. Por otro lado, los enanos no siempre son protagonistas, también hay
gente con nombre (los enanos son anónimos, son sólo “enanos” y eso les basta) o
personajes con otros atributos: mujeres, niñas, changos. Sin embargo, aquí todos
podrían ser enanos disfrazados de gente -como el mozo de un bar- porque a veces
los enanos parecen gente, ya no sería una condición física sino “espiritual”, tal
vez social. Entonces se puede pensar que todos los relatos del libro son acerca
de enanos en diferentes situaciones, ya sea como enanos o como gente pues
“nunca se sabe”. Incluso aquellos amantes incestuosos de la leyenda del kakuy aquí jibarizada o enanizada en tres líneas que la dan
vuelta de un parchazo; he aquí un gesto que parece campear el libro: dar vuelta
alguna situación con una salida inesperada, interrumpirla o dejarla poéticamente
en ascuas. Las ilustraciones del autor que atraviesan el libro son una línea
paralela, variaciones sobre detalles de obras del arte occidental que, si
estuviesen en cada página, el libro se habría parecido a una baraja de naipes, cada
uno con su relato o poema. Hay algo en los textos que tira para el lado de la (pequeña)
aguafuerte literaria, además por cierta mirada turra de la vida, del atorrante o “rabioso” de Arlt. Cada página
parece ser la punta de un relato ausente, un fragmento legible de algo no
escrito y que está “en otra parte”, unas anotaciones de aquello que pasa en el
barrio, el bar, la ciudad, del enrevesado amor, los bordes de una filosofía sin
libro. En bambalinas podría haber policial negro o tragicomedia si se juntan
algunas páginas con otras y se escriben los espacios vacíos; esto daría dos o
tres novelines, pero este trabajo le queda al lector. La cualidad oculta de lo
enanos evoca eso de que las cosas del mundo son trabajadas secretamente por una
masa de pequeños operarios que lo hacen funcionar, si así fuese en esta versión
de Navarro los enanos están “sacados” y parece que hacen lo que se les canta.
Así, en abierto desconcierto el enigma suelto de una supuesta “conspiración” de
los pequeños seres no sería más que la contraseña fabularia para llenar
oscuramente de sentido una realidad precarizada de relatos.
Juan Anselmo Leguizamón
Lic. en Comunicación Social. Actual Director de Cultura de la Provincia.
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